miércoles, 16 de marzo de 2011

Y así llevábamos diez horas sonriendo, ni una sola mala cara, ni un sólo grito ni chispeo de dedos.
Todo era maravilloso, ni sorprenderme quería para no matar la magia de un día de felicidad completa.
preparé el almuerzo, preparé la once, la invité a sentarse y ver las noticias conmigo.
Nos reímos de las llamadas telefónicas y en un momento nos abrazamos,
nada parecía incomodarnos.
Hasta que de repente, como si entre los tejados de toda la cuadra se abriera paso a una bestia diabólica, se escuchó como un engranaje oxidado el peso de esas mejillas cayendo hacia abajo.
El mentón hacia arriba y la frente arrugada.
En un segundo se echó a perder todo "son míos los cigarros, no te los dí todos"
Yo no dije nada, a ver si mi cabeza bloqueaba el comentario y proseguía con esta extraña simpatía.
la fuerza de gravedad hizo lo suyo, y yo ya no podía hacer nada para levantar esa piel que colgaba de su cara.
Lo bonito dura poco.
Y lancé el primer plato.

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